HACKERS

Tecnologías y otros cuentos.

En la producción estadounidense del año 1983 Wargames, producción conjunta a cargo de Metro-Goldwyn-Mayer, Sherwood, The Leonard Goldberg Company y United Artists, y dirigida por John Badham, ya se dio un importante toque de atención. En el film, aparentemente bajo los criterios de un guión de Lawrence Lasker, Walon Green, Walter F. Parkes, que vende un “thriller” descafeinado típico, con un joven Matthew Broderick y una joven Ally Sheedy rompiendo corazones adolescentes, los mismos guionistas dejan caer una gran idea: que los que gobiernan son unos viejos que no conocen la tecnología en la que basan todo su status, su poder, su control. Un joven con ciertos conocimientos de informática y redes se introduce nada menos que, a través de un internet incipiente, (la Red de Redes fue en principio una red que utilizaba el ejército de los Estados Unidos) en un macro ordenador que controla, de nuevo nada menos, el complejo de silos de lanzamiento de todos los misiles nucleares del país, además de ser una inteligencia potentísima capaz de realizar en fracciones de segundo emulaciones de escenarios bélicos y tomar decisiones al respecto, y todo ello en plena guerra fría. Para los que no sepan lo que era la guerra fría, les invito a que lean al respecto, y no solo en la Wikipedia, ni en el Blog de turno.


El resultado de la “broma del pillastre” es que casi provoca una guerra mundial termonuclear. Como siempre termina interviniendo un “mayor” que lo soluciona todo y el espectador respira tranquilo. Claro, el perplejo individuo que ve, en aquella época además, la película, entiende en el fondo un reducido porcentaje de la información que le brindan los creadores: casi todo lo referente a cosas como computadoras, programas, así como al hecho de acceder a ese “nuevo mundo” a través de un teléfono (sí hermanos, era un teléfono supletorio de los de entonces, un teléfono fijo analógico que ya establecía llamadas a través de tonos), le suena a extraterrestre. El chico, el “jodío” chico, mete el teléfono en un soporte (lo que se llamará después “modem”) y, en vez de llamar a su tía Molly, la lía con el ejército y cabrea mucho a Maurice, que en este caso no está en Cicely, Alaska, sino que es un alto cargo de uniforme. Cómo dirían en la propia película: pero… ¿ qué demonios…?


Naturalmente, en este mundo nuestro siempre están ahí los TE. TE son siglas para Tranquilizadores/Enervadores. Estos personajes, tan majos, se dedican a difundir ideas tranquilizadoras que disuaden a “er populasho”, zafio e ignorante, de un determinado peligro que, en el fondo, es un rumor difundido por conspiranoicos (por ejemplo el cambio climático, hace algunos años, claro). También difunden cosas como que hay un grupo de desarrapados que nos van a quitar la casa, que los pobres nos invaden y violan a nuestras hijas, etc. Por ello lo de enervadores también. Entonces, ante la típica pregunta de un tembloroso y dubitativo espectador, con la voz quebrada: “¿pero eso puede pasar?”, el TE responde con su sonrisa de autosuficiencia el también consabido: “no, hombre no, aquí está todo bajo control. ¿Cómo supone usted que bla, bla…?”, etc. Insisto, al instante siguiente un pobre va a entrar en tu domicilio y te va matar. Todo ello se mezcla con los terraplanistas, los antivacunas, etc., y así se crea la ilusión de que en el criterio humano impera por igual la más absoluta arbitrariedad. Otro bulo profusamente difundido.


Pero vamos al tema que nos ocupa. Aquí tenemos que desde más o menos principios de los años 80 del pasado siglo, se “democratiza” la nueva tecnología que se basa en el desarrollo de un nuevo lenguaje, basado en las alternativas informacionales “0 o 1”, y la propiedad semiconductiva del silicio. Había surgido la “Revolución Digital”, y las posibilidades de comercialización, al incorporar algo que antes estaba muy restringido a la vida cotidiana de “er populasho”, eran como para no pensárselo dos veces: oportunidades de negocio infinitas, trillones de dinerillos de todo nombre llenando bolsillos… el desiderátum. Encima también le llega el turno a esa Internet, que ya se vende y todo el mundo tiene en su casica. Unos pocos años atrás, tener un ordenador personal en casa te colgaba el calificativo de onanista freack. Ahora si no tienes el último eres un looser. Un mundo de etiquetas. Lo mismo pasó poco después con la telefonía móvil. Aún recuerdo las críticas crueles en “El Jueves” a los imbéciles que iban por ahí con el móvil “queriendo demostrar algo” (y que conste que siempre fui muy fan de tal publicación, pero esto es cierto como el sol que nos alumbra, y si no, echad un ojo a la opinión del Profesor Cojonciano de la época al respecto).


Todo era, como digo un interminable filón para tanto emprendedor. Los “cuñaos” recién convertidos, que te llamaban pajillero por usar el IRC, ahora contaban al pureta ojiplático con dinerillo las posibilidades de negocio, siempre como si lo hubieran descubierto ellos. Sí, es ese otro espécimen, el mismo que, cuando tu oías a Deep Purple allá en los 70, te llamaba también maricón, y después te lo encontrabas y era el descubridor del Hard Rock, tratando de vender a Thin Lizzy (su grupo) esta vez al babeante productor de la discográfica.

Pero el control… Bueno, de eso ya se ocuparían luego.


El problema es que toda esta tecnología que te permite ahora hacer todo lo que antes hacías de otra forma y que era patrimonio exclusivo de la ciencia ficción está basada en principios que son difíciles de entender para un lego. Es decir, para la inmensa mayoría de los usuarios. Así, no puedes trabajar, comprar, vivir, sin dejar de usar un “parato” que parece más inteligente que tú, y que cuando no funciona, deja el famoso misterio de la junta de la trócola del mecánico de automóviles a la altura de una adivinanza infantil. Es un cuadro parecido al de un orangután manipulando un saxofón (con evidentes salvedades. ¡No se trata de insultar a nadie, por Dios!): Le puedes enseñar a soplar y a emitir divertidos soniditos, pero a ver cómo le enseñas armonía de jazz al póngido. Para colmo, si algo obstruye el tubo o se presenta cualquier otro problema, el pobre animal no entiende cómo solucionarlo. La mayoría de nosotros, reconozcámoslo, nos parecemos bastante: nos pasamos la vida corriendo en pánico a que el técnico nos devuelva el parato a su ser, porque ahora “me hace esto” o “me ha dejado de hacer esto” o “se ha quedado la pantalla azul, o verde, o blanco”…


Si preguntamos a cualquier usuario de esta nueva tecnología, incluso a uno avanzado, que explique en qué se basa, te llegará hasta un nivel. Este será muy superficial en la mayor parte de los casos. Como explicación dará que es un aparato eléctrico y poco más. Igual que si le preguntabas a alguien que cómo era posible que, haciendo pasar una aguja por el surco de un trozo de vinilo, se oyera a la Orquesta Sinfónica de Berlín interpretando “La Pastoral”. Pero claro, no entender cómo llegaba el sonido magistral a tus oídos a través de tan mágico parato, no ponía tu vida o tu intimidad, por ejemplo, en peligro. Y lo que es más importante: no ponía en jaque a los Estados Unidos de América por un Matthew Broderick cualquiera y desde su casita.


O por un Snowden.


La culminación de la caída en la conciencia de los puretas gerifaltes de que han dejado todo en manos de un grupo de jovenzuelos, que son los que en verdad entienden la tecnología que ahora domina todo, llega, creo, con el ya tópico caso Wikileaks de Julian Assange en 2006. Pero el premio gordo se lo lleva Edward Snowden en 2013. Empleado por la NSA (Agencia de seguridad de los Estados Unidos) Snowden repentinamente sufre una crisis ética y filtra a medios como Guardian o Washington Post programas ultrasecretos como PRISM o XKeyscore, que sirven para que los susodichos gerifaltes puedan ver hasta la marca de papel higiénico que estás usando en este mismo momento, mientras lees en el retrete este texto. Leyendo un poco sobre el tema, investigando y, sobre todo oyendo la opinión de hackers autores de blogs en Youtube, que tienen a Snowden en un pedestal, llegas a conclusiones muy interesantes.


La primera conclusión es que no toda inteligencia vale para esto. Mucha de la gente que se dedica a desarrollar sistemas, crear hardware, desarrollar y encriptar información en redes… todos han adquirido estos conocimientos a lo largo de muchos años de estudios y práctica. Muchos son técnicos con conocimientos superiores, físicos, matemáticos. Dominan los lenguajes de programación. Saben cómo funcionan y como se montan los soportes físicos que procesan toda esa información. Literalmente crean y hablan con estas máquinas en su idioma. Y, al igual que es difícil enseñar armonía al orangután, el pureta gerifalte tiene dinerillos, pero no capacidad intelectual para controlar todo eso en media hora, después de la “caída en cuenta” de su absoluta falta de control.


Oyendo hablar a un famoso Youtuber ex hacker del caso, sorprende la estrategia de Snowden. Si lo que dicen es cierto, la inteligencia que es capaz de hackear un ordenador o un teléfono móvil, es también capaz de hackear una mente humana simple. Porque este tipo es inteligente. No lo finge para ganarse a nadie. Lo es. Así que cuando se conciencia de lo que pasa y decide hacernos saber cómo violan nuestros derechos, nuestra intimidad, la de nuestros hijos… planea cómo sacar la información de allí. Claro, trabaja en la NSA, no en Mercadona, y tiene todo un sistema de seguridad diseñado precisamente para que no pueda hacer lo que, de hecho, hizo. Había un guardia de seguridad, en un puesto de vigilancia, el primer gran obstáculo. No puede sacar ninguna unidad donde transportar la información y aunque tiene un gran cerebro, su memoria no da para tanto. Así que hackea al guardia. Imaginemos como podría ser. Aventurémonos en este proceso, con lo que sabemos sobre el caso… Esto es una especulación en parte, parece, sugerida por el propio Snowden y que recrea Oliver Stone en su película. Si no fueron los detalles exactamente así, la verdad es que aquí carece de importancia. Pero yo apostaría a que con o sin cubo, la cosa debió de ser como sigue.


Así pues, Ed sabe que el guardia tiene una idea muy concreta sobre él. Sabe que el guardia lo percibe como un “listillo”. Y sabe que, como buen mozalbete inteligente de veras, considera que él mismo es más listo que el “Nerd” que han contratado sus jefes, el onanista, el inadaptado, etc. Es mejor porque con una pequeñísima fracción del tiempo de formación que ha llevado a Ed a su puesto, él ha conseguido el suyo que, para colmo, sirve para controlar al tontín sabelotodo. Además, en el transcurso, el winner, ha logrado mucho más reconocimiento social y ha practicado el sexo facilón mucho más con jugosas cheerleaders que el looser de las gafas, que seguro gana más dinero que él, a pesar de todo. Ed, aventuramos aquí, sabe todo esto, porque es INTELIGENTE. Así que idea una forma de camuflar una tarjeta SD en un cubo de Rubik. Después juega con el guardia. Entra y sale con el juguete, aparentando concentración en la resolución del maldito cubo. El guardia lo percibe como algo natural en un cerebrito sabelotodo, pero no sabe del plan del cerebrito, que conoce su mentalidad simple. Al principio, el cubo pasa por el detector: “lo siento, pero son las normas”. “No pasa nada es tu trabajo Elmer…” Pero poco a poco va ganándose la confianza del vigilante. A veces hasta le pregunta si ya ha conseguido resolver el misterio del cubito de gilipollas: Ed, finge. Es muy difícil. Pronto llegan las bromas: un día lo voy a intentar, a ver… Y, efectivamente, Ed sabe cuándo es el día en que el pobre diablo no tendrá inconveniente en llevar la broma más allá. Ese día camufla la tarjeta con toda la información en el cubo. Y ese día, cuando sale, le arroja el cubo al vigilante, “A ver, inténtalo tú, so listo…” El cubo no pasa por el scanner. El cubo es devuelto a Ed, cuando ha pasado el control con cualquier chascarrillo como acompañamiento a tan estúpido gesto, entre la camaradería y el desprecio. Y poco después, el desastre.


Esta recreación, parcialmente inventada, supuesta en sus detalles, aunque pudiera parecer increíble, es básicamente lo que pasó, o como dije, seguramente algo muy parecido1 . Revela de forma contundente que, en una sociedad como la nuestra, en la que el negacionista al final tiene que ir al médico si se siente enfermo, los idiotas no pueden ganar. Si evitamos la pistola en la sien, única arma real de que disponen, están perdidos. Edward Snowden fue detectado mucho antes de que filtrara la información que pasó literalmente por la cara del vigilante de seguridad, en el puesto en el que trabajaba, en el edificio de la NSA, donde saben hasta la marca de dentífrico que usaba su abuela antes de pasar a la prótesis dental. Sencillamente el sistema de control pudo inferir la anomalía cuando Ed no se presentó en su puesto a la hora exacta en la que debería estar: recordemos, era la NSA, no Pollos el Tío Cosme. Preguntar al vigilante, mencionar algún detalle y atar cabos fue todo uno. Los de NSA tampoco son tan tontos, ni mucho menos. Snowden ya estaba en busca y captura esa misma tarde, bajo firme sospecha de haber robado información secreta. Años de búsqueda. Peticiones de asilo político. Una película en 2016, como no, de Oliver Stone (y que en este momento, sorprendentemente, no he visto, y a lo mejor Oliver ya había caído en todo y yo estoy haciendo el ridículo), biografías… le hace a uno pensar ¿de verdad se puede uno creer que hay gente que hace públicos maquiavélicos planes y son ignorados por los conspiradores como sucede? Porque, cuando el caso es real, al hombre del plan lo persiguen a muerte, es declarado enemigo público, traidor y tiene que irse a vivir de incognito a algún sitio ignoto. ¿Cómo puede ser que al descubridor de la “conspiración del chis” lo dejen tan tranquilo?


Pero la cuestión, sigue siendo ¿cómo recuperar el control perdido? Porque el control ahora, y viendo el nerviosismo que se apodera día a día de la clase política y en general de las “clases dirigentes”, está en manos de los “cerebritos” como el tío Ed. El pureta gerifalte sigue pidiendo ayuda para arreglar el maldito IPhone, sigue incluso sin entender por qué la pantalla brilla, por qué reacciona al toque de su dedo y la del televisor no. La reacción es: “si no entendemos la mentalidad de los científicos que controlan todo este caos de ordenadores, códigos y redes, destruyámoslo todo y volvamos a los orígenes. Así recuperaremos el control.” Así se da voz a los negacionistas, a los terraplanistas, a la Inquisición, se duda de la opinión de los expertos en una situación de pandemia… En la inmensa estupidez de los estúpidos, se relacionan los virus informáticos con los biológicos, se mezcla el coronavirus con las redes 5G, al igual que se supone una causalidad si, desde la tierra, un planeta al verse en una región determinada del firmamento, determina la felicidad o la falta de esta en un individuo nacido en marzo. Es que ya estábamos habituados a este sinsentido, ya se había normalizado el discurso de los insensatos. Ahora ladran y chillan más, porque ven cómo escapa el control de sus manos codiciosas. Pero saben que, de nuevo, si caen enfermos es el médico el que los diagnosticará con acierto, mientras confían en nuevos héroes tecnológicos, al estilo del mítico Zefram Cochrane de First Contact, para sacarlos del planeta que se han cepillado vilmente y trasladarlos a otro, supuestamente para hacer lo mismo. Y, mientras tanto, los hackers, al igual que los infames Borg, serán los malos de esta Película.

[1]  He oído a un conocido hacker que se considera un especialista en este caso afirmar que lo del cubo tiene más que visos de ser cierto. Aunque ¿quién sabe? En un magazine matinal de la televisión yo no lo he visto, así que habría que dudar de ello.

Críticos, escépticos y bocazas. Presentación.

Y llegó el libro: Críticos, escépticos y bocazas…

En junio del 2016 decidí lanzarme a la aventura y escribir un libro. En realidad buscaba, agobiado por aquello de “la fugacidad” (de la vida), dejar algún legado a mi hijo, tan pequeñito aún entonces, que no fueran bienes materiales (que ya bien poco sería por mi parte) y el recuerdo de un padre cascarrabias y amante de las “batallitas”.

Como el libro pretendía dar un discurso de sentido común más que contar mis vivencias, pero dependía en cierto modo de estas últimas, y yo soy español, para bien o para mal, el libro se tituló «Críticos, escépticos y bocazas. España a la cabeza de un mundo barroco y antirracional”. Y este título bien podría ser cambiado por cualquier otro si se requiriera y si llegara a publicarse, pues hace tiempo que se terminó y ya está en fase de últimas correcciones.

En este pequeño intento de pensamiento traté de englobar lo que considero más importante simplemente para que mi hijo, o cualquiera al que interese, pueda, si es el caso, encontrar un enfoque quizá algo distinto de problemas que nos asaltan a diario. Así se trata desde cuestiones como nuestra aún cercana transición política, hasta el jaleo que se montan algunos con el paradigma darwiniano, la cuestión tan recurrente en situaciones de crisis del nacionalismo, el orgullo, el trabajo, la educación… lo de siempre.

Sin duda buscaría en mi hijo una apreciación más personal: cómo pensaba realmente este vejestorio, que dice ser mi padre, y todavía toca con la guitarra eléctrica “Desert Plains” de Judas Priest, pero también adora a Duke Ellington. No obstante me gustaría también, aun siendo pretencioso por mi parte quizá, poder aclarar algo a alguien que no sea “de mi sangre”, del mismo modo que su escritura me aclaró a mí muchas cosas que antes no había analizado bien.

Como avance, dejo aquí en este blog el tercer capítulo que dediqué a la educación. No es el más extenso, y creo que ofrece una idea cercana a cómo es el discurso general del libro, que no pretende más que ofrecer lo que entendí sobre algunos asuntos, en mi paso por este extraño mundo que creamos.

Críticos, escépticos y bocazas_Educación.pdf

 

CUENTOS: Paseante

Paseante es el tercer cuento de la serie. Una pequeña «alegoría» cuyo símbolo es la edad o cómo el tiempo nos envejece, nos ciega…

PASEANTE

El paseante siguió caminando por el sendero del sotobosque intentando captar de nuevo la llamada. Nada. Nadie lo llamaba. Intentó buscar otra vez. No sabía donde buscar. Quizá era que el sitio no era el adecuado.

Antes, cuando el paseante salía a deambular por las montañas, sabía ver, sabía donde buscar para ver. Eso era porque existía un pequeño vínculo mágico, como un fino hilo de luz verde, que aparecía y lo sujetaba a lo que le rodeaba. Entonces sentía el bosque, la montaña, el río, la alberca y se comunicaba con sus pequeños habitantes. Pero hacía tiempo que, sin saber como, lo olvidó por completo. No sabía bien si fue esto antes, o si simplemente dejó un día de pasear y así, de pensar en todo lo que en su deambular iba encontrando.

Aquel día, el paseante deseaba encontrar. Pero quizá el sitio no era el adecuado. Quizá no había nada. Intuía sin embargo que tampoco tenía forma alguna de saberlo. Antes lo hubiera sabido. Pero ahora….

A su derecha trinó un verderón, graznó una urraca, se ocultó un ocelado. A su izquierda se posó una abubilla, se deslizó una víbora, se paró una liebre. En la alberca que había dejado a sus espaldas se agitaron los tritones. En un pequeño muro que se levantaba frente a él trepó una salamanquesa.

No vió nada. El vínculo estaba definitivamente roto.

Siguió caminando, lamentándose. Ya no buscaba, ya no intentaba ver. Siguió por el sendero, largo, pedregoso y durante el trayecto, miró únicamente a sus zapatos, pisando y haciendo crujir la grava. Había pasado el tiempo de hablar con ellos, los pequeños seres, los gigantes quietos. Ya no formaba parte del mundo que lo acogió cuando era niño y se sintió huérfano de padre y madre. ¡Que gran pérdida! ¡Que odiosa vida le esperaba, sin casa, sin lecho, sin descanso!

Leviatán en nuestros tiempos.

 

Leviatán en nuestros tiempos.

El Leviatán ascendió desde lo más profundo del océano, y cuando apoyó su pata en el talud de la tierra su sola pisada hundió la costa. Su titánica forma emergió arrastrando primero el mar en su lomo, vertiendo después cascadas de caudal imposible sobre las ciudades, sumergiéndolas. Luego el fuego se desató y llegaron las cenizas. Todo lo que quedó del mundo humano fue eso. Eso, y la visión del coloso, alto por encima de las montañas, hundiendo el continente bajo el peso de su forma, en la mente de los pobres desgraciados supervivientes.

Seguimos con el segundo post dedicado a los mitos. Una ilustración realizada con técnica mixta y una milagrosa tableta gráfica… ¡qué poco nos ensuciamos ya, y cómo olemos a rosas!. Inspirada en el mito bíblico, aunque con cierta inspiración también aqueróntica (en su versión irlandesa, no en la original – y fluvial – versión griega), habla de un acontecimiento apocalíptico, que es algo que se lleva mucho y denota nuestra creciente confianza en nuestra especie y su feliz futuro.

Pazuzu dio mucho juego

 

Pazuzu dio, y todavía da, mucho juego. Pongamos, en el lugar de juego, la palabra dinero (y/o miedo), y obtendremos una explicación más rápida del fenómeno que se origina en las culturas del Súmer, milenios antes del nacimiento de Cristo, y sigue vivo en la nueva serie de «El Exorcista» de la red Fox Broadcasting Company. Fue desenterrado de nuevo en el siglo XX por el autor William Peter Blatty en 1971. Su novela, y el guión con el cual la adaptó para la película que dos años después dirigiera William Friedkin, crearon toda una serie de secuelas y precuelas, en cine y televisión, aún hoy rindiendo beneficios y desencadenando pesadillas.

Pazuzu es un demonio de la mitología sumeria, rey de los demonios del viento e hijo de Anu (dios del cielo en acadio, An en sumerio) o Hanbi. En la figura que exhibe el  Museo del Louvre y que data del primer milenio a.c., Pazuzu muestra un semblante algo distinto al de la ilustración que corona nuestra entrada de hoy. Realmente se representaba al diablo antiguo con partes de animales más comunes, la cabeza de chacal o león, la cola de escorpión (como la legendaria Mantícora),  las alas de águila, y un largo pene ofidiomorfo. También solía mostrar las manos en contraposición arriba-abajo y con las palmas invertidas, señal de la eterna controversia del orden y el caos, la vida y la muerte, la creación y la destrucción.

La ilustración de Pazuzu de esta entrada está íntegramente realizada con el software Blender, tanto el modelado como el mapeado y el rendering, usando para este último el motor Cycles. El autor, en  ausencia de gente que aún se anime a compartir sus cosas en este modesto sitio, es un servidor de ustedes.

CUENTOS: Mendigo (o el indigente que habló en voz alta)

Mendigo es el segundo cuento que publico en este blog. Pertenece a la misma serie que el anterior, Estudiante, pero es un tanto más oscuro e impreciso en su intención. Quizá porque así exactamente era aquel mendigo, que un día habló a la gente…

MENDIGO

Una noche un mendigo viejo, que vivía desde hacía mucho tiempo en una ciudad horrible, a veces en prisión, a veces en la calle, habló a una asombrada multitud  de mendigos locos, en un parque. Dijo:

«Era la noche más negra. También la más aterradora. Era la noche de la locura, donde no existe la lógica de lo razonable. La voz del sentido común estaba tan ronca que era un soplo acre en los oídos de los locos. Todo era negro. El alma negra, la razón muerta. El amor que quizá nunca existió, podrido, como una imagen vaga, pero maloliente, de algo que siempre fue inalcanzable, por lo irreal, y terminó corrompido en su plano de sueño.

Allí soñaban los torpes locos, en descerrajar los secretos de otros, en placeres que no colmaban, porque no podían satisfacer algo que no existe. Allí estaba, la voluntad más profunda, dando rienda suelta a su maquinaria sin finalidad alguna. Allí reinaba el absurdo. Pero nadie lo sabía.

Y es allí donde despertó, hace tiempo, el ansia de cambiar lo que no puede cambiarse de ningún modo. Nació de la preocupación, del miedo y de la incertidumbre. Creyeron que era una luz que iluminaría el interior del alma, desvelando los misterios de la existencia de las cosas, de la vida, de la muerte. Así nacieron la filosofía, los mitos, la ciencia. Así se abrieron paso la teleología, el historicismo, la religión, el determinismo. De esta misma forma, se justificaron los crímenes, antes injustificables. Y aquel castillo de ideas y de sueños, construido con la extraña materia de la mente, comenzó a crecer y a tomar forma. Y mientras crecía, se retorció, se descontroló en mil zonas, que a su vez crecieron sin rumbo, como tumores. Todo ello tomó conciencia de si mismo. Se justificaron en si  mismas las partes, las ramas crecidas sin razón para crecer. Las raíces se hicieron más y más profundas por el peso de la amorfidad que crecía y las aplastaba contra el suelo. Así se creó un monstruo, al que se adoró como a un ángel, como a un Dios. Y los profetas hablaron del advenimiento de algo que, los propios seguidores habían ya creado en sus sueños y destruido en sus casas, en sus ciudades, en sus culturas, antes de que pudiera siquiera asentarse.

Pasó el tiempo, como en un parpadeo, y todos dijeron que fue una eternidad. Ahora nadie hacía caso a aquellas creaciones que antes, dicen, dieron razón e iluminaron. Había cambios, había cosas ya obsoletas. Pero era una parte de lo mismo, del mismo monstruo que creció años atrás. Aquella cosa, no tenía absolutamente ninguna razón para existir, ni nunca la tuvo. Pero allí estaba, igual que todos. Igual que el resto del cosmos, allí estaba, en parte descolorida donde antes florecieron colores vivos. En parte, colorista donde antes no había nada. Pero si tenía aquellas formas, aquellos colores, si tuvo aquellas otras formas y aquellos otros colores y no otros, debía de ser por algo…debía responder a un fin. Y así se seguía justificando. Así seguía justificando cosas. Así siguieron los profetas hablando de las cosas por venir, que ya los propios discípulos y seguidores habían destruido. Y así continuó el reinado del absurdo, disfrazado de sentido, dando de comer al saciado y matando de hambre al hambriento.

Algunos hablaron de esto. Muchos lo creyeron. Otros prefirieron no creer. Era lo mismo. Nadie podía salir de su pellejo y vivir aparte, en otro plano de existencia.

Y así, al final del milenio, algunas personas nacieron, crecieron y murieron en el más completo engaño, como siempre había sido. Y otras menos. Y otras creyeron  haber crecido viendo y creyendo lo correcto, y viendo al resto de los locos engañados y, eran ellos también engañados y murieron también engañados. Y otras crecieron indiferentes a todo y murieron diferentes. Todos en parte creyendo y diciendo mentiras para hacer más soportable el dolor. Quizá, lo único cierto es que había dolor y la voluntad férrea de escapar de él. Y quizá, la única forma de apartarse de él es formando parte de aquello que no tiene mente, y que no puede crear dolor, ni sentirlo.»

Y, dicho todo esto, y viendo que nadie escuchaba ya desde hacía un buen rato, se fue caminando y salió del parque. Y caminando aún más lejos salió también de la ciudad, y llegó al campo abierto y, a un río, donde se arrojó sin vacilar. Respiró agua fría y no volvió a salir, pues ya no formaba parte de la humanidad, sino del fondo del río.

El Equilibrio del Macho

La conciencia, la testosterona y la rendición.

Este es un artículo que me costó escribir. Trata del machismo. Y además, es uno que me cuesta publicar. ¿Por qué es esto? La respuesta es bien sencilla: machismo cultural, institucional. Es muy posible que si esto es leído por algunos amigos y familiares míos, a los que quiero y respeto, les produzca esta lectura una punzada molesta. A lo mejor, incluso de decepción ante la flagrante traición. Algunos pensarán que soy un cínico o un hipócrita, que me doblego, que busco una complicidad imposible, cuando la de los amigos es tan sencilla… Los que realmente me conocen saben que no es así y que nunca traté de engañar a nadie. Tampoco lo hago en esta ocasión.

Pero, ¿quién soy yo para cuestionar la capacidad y el derecho de dudar de nadie? Dejemos pues que juzguen como les venga en gana.

Este problema tiene aún mucho de tabú. Es además, al igual que un cordel enredado, fácil de comprender en sí, pero endiabladamente difícil de acometer y perseverar para solucionar la maraña. Volvemos atrás, apretamos nudos cuando lo que queríamos era soltarlos y no vemos fácilmente la laxitud de la solución, sino cada vez más compacto el lío. Dudamos de que no estemos liando más lo liado. Sin embargo, todo el mundo comprende lo que es una cuerda enredada.

Lo fácil, coherente e inmediato es situarse del lado del maltratado, pero: ¿cómo hacer renunciar a un pobre diablo a sus privilegios por tener testículos en una sociedad que ningunea y pone trabas a todo el que no pertenece a una élite? ¿Cómo convencer a un oficinista maltratado y vejado a diario por su tiránica jefa de que la víctima es ella por ser mujer? ¿Cómo convencer a una princesa de que el zapatito no ha de ponérselo su príncipe azul? ¿Cómo hacer ver a una mujer que debería renunciar a las míseras compensaciones que recibió a cambio de la supresión de sus derechos reales?: de que reparar averías no es “cosa de hombres”, al igual que pasar la aspiradora o hacer la cena no es “cosa de mujeres”. El problema es que el machismo es una consecuencia clara de mala educación, pero todos somos víctimas de dicha educación retrógrada y abusiva. ¿Qué pensará la diputada, alcaldesa, presidenta, desde su asiento en la cámara o en la asamblea, sabiendo que defiende la política de un grupo en el que su compañero lo que desea de verdad es relegarla de nuevo a la cocina, y que un compañero de pene y micción en pared ocupe su sitio por ser hombre?

Acusar de extremista al que se ha obligado a llegar al extremo es una estrategia ruin, hipócrita, malintencionada y censurable en su más alto grado. Pero es que para colmo el feminismo no es por definición el extremo opuesto al machismo. Nunca una feminista convencida y cabal fue el extremo opuesto de un violador, un asesino o un maltratador, en el sentido de ser o defender exactamente a una violadora, una asesina o una maltratadora. Solo pretendieron tener los mismos derechos que los hombres. Igualdad, fue y es su proclama. Nada que ver con la proclama machista: desigualdad. Ahora se ha puesto de moda el término “feminazi”. Y curiosamente, a los nazis se les llama ciudadanos nerviosillos, chiquillos o muy sensibilizados. Nunca aprenderemos, o eso parece.

Tachar a las feministas de extremistas es parcial y malintencionado. Y si las hay extremistas, estas responderán a la radicalización de aquellos que agotaron su paciencia, cuando ante sus reivindicaciones más que justas obtuvieron mofa, ninguneo e incluso directamente, violencia. Si el que me pisa un pie no responde a mis repetidas quejas y luego me tacha de extremista cuando, ya harto, le obligo a quitar su sucia pezuña de mi zapato, debe atenerse a las consecuencias de su irreflexiva terquedad y no ser tan cobarde como para , encima, acusarme a mí de criminal.

Para algunos, las conquistas de las mujeres van más allá, en nuestras avanzadas sociedades, del sufragio universal. A las mujeres de hoy, ciudadanas de nuestros estados de derecho occidentales, les ha de gustar el fútbol y los toros. Se hacen policías y militares. Como los hombres. Alguna ha denunciado el machismo reinante en tan distinguidas instituciones, pero es algo minoritario (y es cierto que denuncia una minoría, quién sabe si justificadamente o no). Estos son los verdaderos logros de las mujeres para los amantes de la modernidad social que nos acoge, benévolamente, en su seno. Poder vociferar en un estadio. Mostrar conciencia de clan. Orgullo patrio. Muy conveniente para aquellos que en el fondo defienden ideas viejas, pero les conviene una manita de “pintura moderna”. La “contrapátina” de la eterna apariencia.

Como se aprecia a simple vista la cosa es difícil de afrontar. Milenios de costumbres, que hacen que un hombre que se despega de la complicidad del macho pueda ser cuestionado en su sexualidad, en sus intenciones, en su hombría, en su fidelidad… ¿qué hacer? Pues por ejemplo, escribir un artículo e intentar explicar esta sinrazón. Intentar no contribuir a ella. Y, ¿por qué no?, pasar de estupideces, que ya toca. Es lo menos que podemos hacer, y espero con toda honestidad que sirva de algo.

El Equilibrio del Macho-Artículo.pdf

 

 

CUENTOS: Estudiante

Estudiante es el primer cuento de una serie antigua de relatos cortos que escribí entre los años 1996 y 2000. En esta serie, de la que iré añadiendo una selección de los que considere más adecuados (o menos «malos»), no haré correcciones y los pegaré «tal cual» salieron de mi ya destartalada mente, a finales de aquella década, aquel siglo y aquel milenio. Década extrañamente insulsa, si la comparamos con las 3 anteriores, creo yo.

ESTUDIANTE

Había en aquella ciudad, un músico que no entendía la música que escribía o interpretaba. Tampoco entendía la música que otros habían hecho.

Decía que Hendrix era un genio, porque tuvo un profesor de música, de los liberales, que así lo aseguraba. Decía que Mozart era un genio y que Salieri lo odiaba, porque lo vio en una película americana. En realidad, no entendía nada.

Tenía un amigo pintor que no entendía nada de lo que veía, y no sabía que pintaba. Decía que pintar era contar algo. También, un amigo escritor que sufría del mismo mal y que había leído a Joyce e incluso a Platón. Nunca a Borges. Decía que aquel, y éste, y el otro eran geniales, pero no había entendido ni una frase de nada de lo que leyó. Y no entendía lo que él mismo escribía.

Aún había más. Frecuentaba el pequeño club un biólogo que afirmaba que la naturaleza era muy sabia, y que los leopardos y los grillos tenían también alma y por ello, también tenían derecho a vivir. Y dejó de frecuentar el club un filósofo que emigró a unas montañas distantes, donde vivían unos monjes de cabeza rapada y jerga ininteligible, porque creía que la lejanía de La Verdad era física. También el músico tenía un tío geógrafo, frustrado por no haber topado nunca, al caminar siguiendo un rumbo fijo, con meridiano o paralelo alguno. Su hijo delineante, sostenía que las cosas tenían metros, y que era debido a la incompetencia de los científicos el hecho de que no se hubiera aún descubierto la plantilla, que todas las cosas deben llevar encima.

Todos ellos habían estudiado en centros de reconocido prestigio. Reían y eran felices gran parte del tiempo, porque sesudos profesores habían derramado luz de sabiduría en sus almas, cuando las albergaban cuerpos aún onanistas en exceso. Tenían el reconocimiento, y esgrimían títulos donde estaba escrito » El excelentísimo don Fulano…..certifica..» o «El Rey Tal de Tal Sitio….asegura…». Los esgrimían como argumentos indestructibles, en discusiones con otros, titulados o no. Eran cetros de poder, que ejercían el poder, como la porra de un guardia que obliga a callar.

La madre del músico, mujer de  principios  y carácter fuerte, reconocido -esta vez sin título- era mujer que presumía de buena conversadora, apreciaba las discusiones y debates interesantes, y aseguraba que la retórica y el buen uso del lenguaje eran cosas que ya casi se habían perdido. Ella sostenía haberlas conservado intactas a la acción de las corrientes destructoras modernas, cuyos mecanismos de abrasión eran un secreto que, parece ser, sólo ella conocía. Tenían, eso si,- y esta observación se desprende más de la pura intuición, que de otra cosa- bastante que ver con aquellos procesos que habían hecho del amor y el sexo «natural» algo sucio. También estos procesos se regían por leyes ocultas que  sólo ella conocía, y sus  mecanismos eran esbozados, cuando se requería alguna explicación, haciendo gala de un estilo críptico que recordaba a textos esotéricos o películas suecas. Ella se regocijaba en su capacidad para desarmar, con un solo mandoble de su lógica, a cualquier interlocutor impertinente que se atreviera a discutir sus argumentos. Y lo hacía de verdad. Dejaba boquiabierto al desprevenido contrincante, incapaz de articular palabra alguna tras el último golpe de La Madre. Pero esto era porque la mujer, que no entendía tampoco nada de lo que oía, leía o veía, al sentirse acorralada, escupía con una calma desesperanzadora, el anacoluto más grotesco, que dejaba perplejo al enemigo. Éste, antes de sospechar siquiera las deficiencias perceptivas, o de procesamiento, o volitivas de La Madre, enmudecía, palidecía, sudaba, trastabillaba y optaba por callar. Triunfo completo.

El músico, que estaba casado con una mujer de inmejorable posición, fiel y complaciente, ambiciosa, se acostaba todos los días sabiendo que al día siguiente se despertaría con esa sensación de seguridad con que se desperezan los iluminados. Él ,era mejor que sus amigos.

El comienzo del ratón

Un saludo a los recién llegados. Comenzamos.

En lugar de preguntarnos, o simplemente ir diciendo a los cuatro vientos, el eterno ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?, como las preguntas primigenias y por tanto las más relevantes que jamás se hizo el ser humano, aquí pretendemos saltárnoslas.

No más quiénes somos, que ya nos conocemos. Venimos de donde todo el mundo y a dónde vayamos dependerá mucho de la suerte y de lo que hagamos o no, pero es una pregunta poco o nada importante. El universo  seguirá igual, vayamos nosotros o no adonde sea. Para un observador en cualquier punto del cosmos, que nosotros prevalezcamos un billón de años o desaparezcamos sin dejar rastro, no cambiará el lánguido y aparentemente imperturbable paisaje del firmamento infinito.

Nos interesa más lo inmediato, seamos honestos. Por lo tanto, preguntémonos otras cosas. Algo así como un “¿qué demonios estoy haciendo aquí?” y “¿quiénes son esos?”. Porque parece más práctico cuestionarse si debo estar o no, y si tengo alguna otra posibilidad, que buscar un sentido a algo que, muy probablemente, no lo tenga. Y aunque así fuera y tuviera todo el sentido es muy raro que descubramos tal enigma. Incluso puede que no nos gustara y que a los que esperan que su vida sea “por algo” les disguste más ver su verdadero origen y su destino, el dichoso “sentido de su vida”, que la idea de estar aquí para nada y por nada. Así que dejémoslo ¿eh?

Este pretende ser un espacio bastante abierto a tendencias, medios, opiniones y reflexiones. No pretendo hablar solo yo, sino que espero colaboración. No quiero solo literatura, aunque es lo que predominará ya que es  la idea principal de esto. Es un espacio para cualquier manifestación cultural que induzca a pensar. No me refiero con esto al fútbol. No porque lo considere o no cultura, sino porque no me refiero a él. Quiero pensar, me lo paso muy bien simplemente pensando, y me gustaría que la gente se aficionara más a ello y piense en sus casas, en el metro o donde sea. Creo firmemente que el mundo resultante sería mejor.

Tampoco me interesa la rabiosa actualidad y no creo que este sitio vaya a interesar a los que beben de los chismes humanos a diario. Dependemos demasiado de algo que en sí carece de interés, lo cual es, a la vez, excitante a corto plazo, tedioso y peligroso. Hay que buscar las causas profundas de los fenómenos, de la naturaleza que sean, humanos, políticos, sociales…como las busca un geólogo o un químico o un biólogo o un físico, en la medida de nuestras posibilidades. Vivimos en una sociedad que elimina el pensamiento de la educación, y eso es un disparate tan enorme que indica que pasa algo terrible y que debemos pensar qué sucede. Y debemos también quizá, alguna vez aunque sea, levantarnos de la poltrona y hacer algo al respecto.

El Ratón en el Laberinto arranca con un artículo que se llama precisamente así. Y el tema, a pesar de lo dicho anteriormente, guarda cierta relación con esos, sobre todo, ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos?. Pero despojándolo de ese sentido místico, existencial con que normalmente se formulan. Hay algo en El Show de Truman, el film de Peter Weir y Andrew Niccol (entre otros) que produce un intenso escalofrío. Un ratón prisionero, observado…

Pasen y vean el Show del Ratón Humano…

El Ratón en el Laberinto-Artículo pdf