El Equilibrio del Macho

La conciencia, la testosterona y la rendición.

Este es un artículo que me costó escribir. Trata del machismo. Y además, es uno que me cuesta publicar. ¿Por qué es esto? La respuesta es bien sencilla: machismo cultural, institucional. Es muy posible que si esto es leído por algunos amigos y familiares míos, a los que quiero y respeto, les produzca esta lectura una punzada molesta. A lo mejor, incluso de decepción ante la flagrante traición. Algunos pensarán que soy un cínico o un hipócrita, que me doblego, que busco una complicidad imposible, cuando la de los amigos es tan sencilla… Los que realmente me conocen saben que no es así y que nunca traté de engañar a nadie. Tampoco lo hago en esta ocasión.

Pero, ¿quién soy yo para cuestionar la capacidad y el derecho de dudar de nadie? Dejemos pues que juzguen como les venga en gana.

Este problema tiene aún mucho de tabú. Es además, al igual que un cordel enredado, fácil de comprender en sí, pero endiabladamente difícil de acometer y perseverar para solucionar la maraña. Volvemos atrás, apretamos nudos cuando lo que queríamos era soltarlos y no vemos fácilmente la laxitud de la solución, sino cada vez más compacto el lío. Dudamos de que no estemos liando más lo liado. Sin embargo, todo el mundo comprende lo que es una cuerda enredada.

Lo fácil, coherente e inmediato es situarse del lado del maltratado, pero: ¿cómo hacer renunciar a un pobre diablo a sus privilegios por tener testículos en una sociedad que ningunea y pone trabas a todo el que no pertenece a una élite? ¿Cómo convencer a un oficinista maltratado y vejado a diario por su tiránica jefa de que la víctima es ella por ser mujer? ¿Cómo convencer a una princesa de que el zapatito no ha de ponérselo su príncipe azul? ¿Cómo hacer ver a una mujer que debería renunciar a las míseras compensaciones que recibió a cambio de la supresión de sus derechos reales?: de que reparar averías no es “cosa de hombres”, al igual que pasar la aspiradora o hacer la cena no es “cosa de mujeres”. El problema es que el machismo es una consecuencia clara de mala educación, pero todos somos víctimas de dicha educación retrógrada y abusiva. ¿Qué pensará la diputada, alcaldesa, presidenta, desde su asiento en la cámara o en la asamblea, sabiendo que defiende la política de un grupo en el que su compañero lo que desea de verdad es relegarla de nuevo a la cocina, y que un compañero de pene y micción en pared ocupe su sitio por ser hombre?

Acusar de extremista al que se ha obligado a llegar al extremo es una estrategia ruin, hipócrita, malintencionada y censurable en su más alto grado. Pero es que para colmo el feminismo no es por definición el extremo opuesto al machismo. Nunca una feminista convencida y cabal fue el extremo opuesto de un violador, un asesino o un maltratador, en el sentido de ser o defender exactamente a una violadora, una asesina o una maltratadora. Solo pretendieron tener los mismos derechos que los hombres. Igualdad, fue y es su proclama. Nada que ver con la proclama machista: desigualdad. Ahora se ha puesto de moda el término “feminazi”. Y curiosamente, a los nazis se les llama ciudadanos nerviosillos, chiquillos o muy sensibilizados. Nunca aprenderemos, o eso parece.

Tachar a las feministas de extremistas es parcial y malintencionado. Y si las hay extremistas, estas responderán a la radicalización de aquellos que agotaron su paciencia, cuando ante sus reivindicaciones más que justas obtuvieron mofa, ninguneo e incluso directamente, violencia. Si el que me pisa un pie no responde a mis repetidas quejas y luego me tacha de extremista cuando, ya harto, le obligo a quitar su sucia pezuña de mi zapato, debe atenerse a las consecuencias de su irreflexiva terquedad y no ser tan cobarde como para , encima, acusarme a mí de criminal.

Para algunos, las conquistas de las mujeres van más allá, en nuestras avanzadas sociedades, del sufragio universal. A las mujeres de hoy, ciudadanas de nuestros estados de derecho occidentales, les ha de gustar el fútbol y los toros. Se hacen policías y militares. Como los hombres. Alguna ha denunciado el machismo reinante en tan distinguidas instituciones, pero es algo minoritario (y es cierto que denuncia una minoría, quién sabe si justificadamente o no). Estos son los verdaderos logros de las mujeres para los amantes de la modernidad social que nos acoge, benévolamente, en su seno. Poder vociferar en un estadio. Mostrar conciencia de clan. Orgullo patrio. Muy conveniente para aquellos que en el fondo defienden ideas viejas, pero les conviene una manita de “pintura moderna”. La “contrapátina” de la eterna apariencia.

Como se aprecia a simple vista la cosa es difícil de afrontar. Milenios de costumbres, que hacen que un hombre que se despega de la complicidad del macho pueda ser cuestionado en su sexualidad, en sus intenciones, en su hombría, en su fidelidad… ¿qué hacer? Pues por ejemplo, escribir un artículo e intentar explicar esta sinrazón. Intentar no contribuir a ella. Y, ¿por qué no?, pasar de estupideces, que ya toca. Es lo menos que podemos hacer, y espero con toda honestidad que sirva de algo.

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CUENTOS: Estudiante

Estudiante es el primer cuento de una serie antigua de relatos cortos que escribí entre los años 1996 y 2000. En esta serie, de la que iré añadiendo una selección de los que considere más adecuados (o menos «malos»), no haré correcciones y los pegaré «tal cual» salieron de mi ya destartalada mente, a finales de aquella década, aquel siglo y aquel milenio. Década extrañamente insulsa, si la comparamos con las 3 anteriores, creo yo.

ESTUDIANTE

Había en aquella ciudad, un músico que no entendía la música que escribía o interpretaba. Tampoco entendía la música que otros habían hecho.

Decía que Hendrix era un genio, porque tuvo un profesor de música, de los liberales, que así lo aseguraba. Decía que Mozart era un genio y que Salieri lo odiaba, porque lo vio en una película americana. En realidad, no entendía nada.

Tenía un amigo pintor que no entendía nada de lo que veía, y no sabía que pintaba. Decía que pintar era contar algo. También, un amigo escritor que sufría del mismo mal y que había leído a Joyce e incluso a Platón. Nunca a Borges. Decía que aquel, y éste, y el otro eran geniales, pero no había entendido ni una frase de nada de lo que leyó. Y no entendía lo que él mismo escribía.

Aún había más. Frecuentaba el pequeño club un biólogo que afirmaba que la naturaleza era muy sabia, y que los leopardos y los grillos tenían también alma y por ello, también tenían derecho a vivir. Y dejó de frecuentar el club un filósofo que emigró a unas montañas distantes, donde vivían unos monjes de cabeza rapada y jerga ininteligible, porque creía que la lejanía de La Verdad era física. También el músico tenía un tío geógrafo, frustrado por no haber topado nunca, al caminar siguiendo un rumbo fijo, con meridiano o paralelo alguno. Su hijo delineante, sostenía que las cosas tenían metros, y que era debido a la incompetencia de los científicos el hecho de que no se hubiera aún descubierto la plantilla, que todas las cosas deben llevar encima.

Todos ellos habían estudiado en centros de reconocido prestigio. Reían y eran felices gran parte del tiempo, porque sesudos profesores habían derramado luz de sabiduría en sus almas, cuando las albergaban cuerpos aún onanistas en exceso. Tenían el reconocimiento, y esgrimían títulos donde estaba escrito » El excelentísimo don Fulano…..certifica..» o «El Rey Tal de Tal Sitio….asegura…». Los esgrimían como argumentos indestructibles, en discusiones con otros, titulados o no. Eran cetros de poder, que ejercían el poder, como la porra de un guardia que obliga a callar.

La madre del músico, mujer de  principios  y carácter fuerte, reconocido -esta vez sin título- era mujer que presumía de buena conversadora, apreciaba las discusiones y debates interesantes, y aseguraba que la retórica y el buen uso del lenguaje eran cosas que ya casi se habían perdido. Ella sostenía haberlas conservado intactas a la acción de las corrientes destructoras modernas, cuyos mecanismos de abrasión eran un secreto que, parece ser, sólo ella conocía. Tenían, eso si,- y esta observación se desprende más de la pura intuición, que de otra cosa- bastante que ver con aquellos procesos que habían hecho del amor y el sexo «natural» algo sucio. También estos procesos se regían por leyes ocultas que  sólo ella conocía, y sus  mecanismos eran esbozados, cuando se requería alguna explicación, haciendo gala de un estilo críptico que recordaba a textos esotéricos o películas suecas. Ella se regocijaba en su capacidad para desarmar, con un solo mandoble de su lógica, a cualquier interlocutor impertinente que se atreviera a discutir sus argumentos. Y lo hacía de verdad. Dejaba boquiabierto al desprevenido contrincante, incapaz de articular palabra alguna tras el último golpe de La Madre. Pero esto era porque la mujer, que no entendía tampoco nada de lo que oía, leía o veía, al sentirse acorralada, escupía con una calma desesperanzadora, el anacoluto más grotesco, que dejaba perplejo al enemigo. Éste, antes de sospechar siquiera las deficiencias perceptivas, o de procesamiento, o volitivas de La Madre, enmudecía, palidecía, sudaba, trastabillaba y optaba por callar. Triunfo completo.

El músico, que estaba casado con una mujer de inmejorable posición, fiel y complaciente, ambiciosa, se acostaba todos los días sabiendo que al día siguiente se despertaría con esa sensación de seguridad con que se desperezan los iluminados. Él ,era mejor que sus amigos.

El comienzo del ratón

Un saludo a los recién llegados. Comenzamos.

En lugar de preguntarnos, o simplemente ir diciendo a los cuatro vientos, el eterno ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?, como las preguntas primigenias y por tanto las más relevantes que jamás se hizo el ser humano, aquí pretendemos saltárnoslas.

No más quiénes somos, que ya nos conocemos. Venimos de donde todo el mundo y a dónde vayamos dependerá mucho de la suerte y de lo que hagamos o no, pero es una pregunta poco o nada importante. El universo  seguirá igual, vayamos nosotros o no adonde sea. Para un observador en cualquier punto del cosmos, que nosotros prevalezcamos un billón de años o desaparezcamos sin dejar rastro, no cambiará el lánguido y aparentemente imperturbable paisaje del firmamento infinito.

Nos interesa más lo inmediato, seamos honestos. Por lo tanto, preguntémonos otras cosas. Algo así como un “¿qué demonios estoy haciendo aquí?” y “¿quiénes son esos?”. Porque parece más práctico cuestionarse si debo estar o no, y si tengo alguna otra posibilidad, que buscar un sentido a algo que, muy probablemente, no lo tenga. Y aunque así fuera y tuviera todo el sentido es muy raro que descubramos tal enigma. Incluso puede que no nos gustara y que a los que esperan que su vida sea “por algo” les disguste más ver su verdadero origen y su destino, el dichoso “sentido de su vida”, que la idea de estar aquí para nada y por nada. Así que dejémoslo ¿eh?

Este pretende ser un espacio bastante abierto a tendencias, medios, opiniones y reflexiones. No pretendo hablar solo yo, sino que espero colaboración. No quiero solo literatura, aunque es lo que predominará ya que es  la idea principal de esto. Es un espacio para cualquier manifestación cultural que induzca a pensar. No me refiero con esto al fútbol. No porque lo considere o no cultura, sino porque no me refiero a él. Quiero pensar, me lo paso muy bien simplemente pensando, y me gustaría que la gente se aficionara más a ello y piense en sus casas, en el metro o donde sea. Creo firmemente que el mundo resultante sería mejor.

Tampoco me interesa la rabiosa actualidad y no creo que este sitio vaya a interesar a los que beben de los chismes humanos a diario. Dependemos demasiado de algo que en sí carece de interés, lo cual es, a la vez, excitante a corto plazo, tedioso y peligroso. Hay que buscar las causas profundas de los fenómenos, de la naturaleza que sean, humanos, políticos, sociales…como las busca un geólogo o un químico o un biólogo o un físico, en la medida de nuestras posibilidades. Vivimos en una sociedad que elimina el pensamiento de la educación, y eso es un disparate tan enorme que indica que pasa algo terrible y que debemos pensar qué sucede. Y debemos también quizá, alguna vez aunque sea, levantarnos de la poltrona y hacer algo al respecto.

El Ratón en el Laberinto arranca con un artículo que se llama precisamente así. Y el tema, a pesar de lo dicho anteriormente, guarda cierta relación con esos, sobre todo, ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos?. Pero despojándolo de ese sentido místico, existencial con que normalmente se formulan. Hay algo en El Show de Truman, el film de Peter Weir y Andrew Niccol (entre otros) que produce un intenso escalofrío. Un ratón prisionero, observado…

Pasen y vean el Show del Ratón Humano…

El Ratón en el Laberinto-Artículo pdf