CUENTOS: Paseante

Paseante es el tercer cuento de la serie. Una pequeña «alegoría» cuyo símbolo es la edad o cómo el tiempo nos envejece, nos ciega…

PASEANTE

El paseante siguió caminando por el sendero del sotobosque intentando captar de nuevo la llamada. Nada. Nadie lo llamaba. Intentó buscar otra vez. No sabía donde buscar. Quizá era que el sitio no era el adecuado.

Antes, cuando el paseante salía a deambular por las montañas, sabía ver, sabía donde buscar para ver. Eso era porque existía un pequeño vínculo mágico, como un fino hilo de luz verde, que aparecía y lo sujetaba a lo que le rodeaba. Entonces sentía el bosque, la montaña, el río, la alberca y se comunicaba con sus pequeños habitantes. Pero hacía tiempo que, sin saber como, lo olvidó por completo. No sabía bien si fue esto antes, o si simplemente dejó un día de pasear y así, de pensar en todo lo que en su deambular iba encontrando.

Aquel día, el paseante deseaba encontrar. Pero quizá el sitio no era el adecuado. Quizá no había nada. Intuía sin embargo que tampoco tenía forma alguna de saberlo. Antes lo hubiera sabido. Pero ahora….

A su derecha trinó un verderón, graznó una urraca, se ocultó un ocelado. A su izquierda se posó una abubilla, se deslizó una víbora, se paró una liebre. En la alberca que había dejado a sus espaldas se agitaron los tritones. En un pequeño muro que se levantaba frente a él trepó una salamanquesa.

No vió nada. El vínculo estaba definitivamente roto.

Siguió caminando, lamentándose. Ya no buscaba, ya no intentaba ver. Siguió por el sendero, largo, pedregoso y durante el trayecto, miró únicamente a sus zapatos, pisando y haciendo crujir la grava. Había pasado el tiempo de hablar con ellos, los pequeños seres, los gigantes quietos. Ya no formaba parte del mundo que lo acogió cuando era niño y se sintió huérfano de padre y madre. ¡Que gran pérdida! ¡Que odiosa vida le esperaba, sin casa, sin lecho, sin descanso!