CUENTOS: Mendigo (o el indigente que habló en voz alta)

Mendigo es el segundo cuento que publico en este blog. Pertenece a la misma serie que el anterior, Estudiante, pero es un tanto más oscuro e impreciso en su intención. Quizá porque así exactamente era aquel mendigo, que un día habló a la gente…

MENDIGO

Una noche un mendigo viejo, que vivía desde hacía mucho tiempo en una ciudad horrible, a veces en prisión, a veces en la calle, habló a una asombrada multitud  de mendigos locos, en un parque. Dijo:

«Era la noche más negra. También la más aterradora. Era la noche de la locura, donde no existe la lógica de lo razonable. La voz del sentido común estaba tan ronca que era un soplo acre en los oídos de los locos. Todo era negro. El alma negra, la razón muerta. El amor que quizá nunca existió, podrido, como una imagen vaga, pero maloliente, de algo que siempre fue inalcanzable, por lo irreal, y terminó corrompido en su plano de sueño.

Allí soñaban los torpes locos, en descerrajar los secretos de otros, en placeres que no colmaban, porque no podían satisfacer algo que no existe. Allí estaba, la voluntad más profunda, dando rienda suelta a su maquinaria sin finalidad alguna. Allí reinaba el absurdo. Pero nadie lo sabía.

Y es allí donde despertó, hace tiempo, el ansia de cambiar lo que no puede cambiarse de ningún modo. Nació de la preocupación, del miedo y de la incertidumbre. Creyeron que era una luz que iluminaría el interior del alma, desvelando los misterios de la existencia de las cosas, de la vida, de la muerte. Así nacieron la filosofía, los mitos, la ciencia. Así se abrieron paso la teleología, el historicismo, la religión, el determinismo. De esta misma forma, se justificaron los crímenes, antes injustificables. Y aquel castillo de ideas y de sueños, construido con la extraña materia de la mente, comenzó a crecer y a tomar forma. Y mientras crecía, se retorció, se descontroló en mil zonas, que a su vez crecieron sin rumbo, como tumores. Todo ello tomó conciencia de si mismo. Se justificaron en si  mismas las partes, las ramas crecidas sin razón para crecer. Las raíces se hicieron más y más profundas por el peso de la amorfidad que crecía y las aplastaba contra el suelo. Así se creó un monstruo, al que se adoró como a un ángel, como a un Dios. Y los profetas hablaron del advenimiento de algo que, los propios seguidores habían ya creado en sus sueños y destruido en sus casas, en sus ciudades, en sus culturas, antes de que pudiera siquiera asentarse.

Pasó el tiempo, como en un parpadeo, y todos dijeron que fue una eternidad. Ahora nadie hacía caso a aquellas creaciones que antes, dicen, dieron razón e iluminaron. Había cambios, había cosas ya obsoletas. Pero era una parte de lo mismo, del mismo monstruo que creció años atrás. Aquella cosa, no tenía absolutamente ninguna razón para existir, ni nunca la tuvo. Pero allí estaba, igual que todos. Igual que el resto del cosmos, allí estaba, en parte descolorida donde antes florecieron colores vivos. En parte, colorista donde antes no había nada. Pero si tenía aquellas formas, aquellos colores, si tuvo aquellas otras formas y aquellos otros colores y no otros, debía de ser por algo…debía responder a un fin. Y así se seguía justificando. Así seguía justificando cosas. Así siguieron los profetas hablando de las cosas por venir, que ya los propios discípulos y seguidores habían destruido. Y así continuó el reinado del absurdo, disfrazado de sentido, dando de comer al saciado y matando de hambre al hambriento.

Algunos hablaron de esto. Muchos lo creyeron. Otros prefirieron no creer. Era lo mismo. Nadie podía salir de su pellejo y vivir aparte, en otro plano de existencia.

Y así, al final del milenio, algunas personas nacieron, crecieron y murieron en el más completo engaño, como siempre había sido. Y otras menos. Y otras creyeron  haber crecido viendo y creyendo lo correcto, y viendo al resto de los locos engañados y, eran ellos también engañados y murieron también engañados. Y otras crecieron indiferentes a todo y murieron diferentes. Todos en parte creyendo y diciendo mentiras para hacer más soportable el dolor. Quizá, lo único cierto es que había dolor y la voluntad férrea de escapar de él. Y quizá, la única forma de apartarse de él es formando parte de aquello que no tiene mente, y que no puede crear dolor, ni sentirlo.»

Y, dicho todo esto, y viendo que nadie escuchaba ya desde hacía un buen rato, se fue caminando y salió del parque. Y caminando aún más lejos salió también de la ciudad, y llegó al campo abierto y, a un río, donde se arrojó sin vacilar. Respiró agua fría y no volvió a salir, pues ya no formaba parte de la humanidad, sino del fondo del río.