HACKERS

Tecnologías y otros cuentos.

En la producción estadounidense del año 1983 Wargames, producción conjunta a cargo de Metro-Goldwyn-Mayer, Sherwood, The Leonard Goldberg Company y United Artists, y dirigida por John Badham, ya se dio un importante toque de atención. En el film, aparentemente bajo los criterios de un guión de Lawrence Lasker, Walon Green, Walter F. Parkes, que vende un “thriller” descafeinado típico, con un joven Matthew Broderick y una joven Ally Sheedy rompiendo corazones adolescentes, los mismos guionistas dejan caer una gran idea: que los que gobiernan son unos viejos que no conocen la tecnología en la que basan todo su status, su poder, su control. Un joven con ciertos conocimientos de informática y redes se introduce nada menos que, a través de un internet incipiente, (la Red de Redes fue en principio una red que utilizaba el ejército de los Estados Unidos) en un macro ordenador que controla, de nuevo nada menos, el complejo de silos de lanzamiento de todos los misiles nucleares del país, además de ser una inteligencia potentísima capaz de realizar en fracciones de segundo emulaciones de escenarios bélicos y tomar decisiones al respecto, y todo ello en plena guerra fría. Para los que no sepan lo que era la guerra fría, les invito a que lean al respecto, y no solo en la Wikipedia, ni en el Blog de turno.


El resultado de la “broma del pillastre” es que casi provoca una guerra mundial termonuclear. Como siempre termina interviniendo un “mayor” que lo soluciona todo y el espectador respira tranquilo. Claro, el perplejo individuo que ve, en aquella época además, la película, entiende en el fondo un reducido porcentaje de la información que le brindan los creadores: casi todo lo referente a cosas como computadoras, programas, así como al hecho de acceder a ese “nuevo mundo” a través de un teléfono (sí hermanos, era un teléfono supletorio de los de entonces, un teléfono fijo analógico que ya establecía llamadas a través de tonos), le suena a extraterrestre. El chico, el “jodío” chico, mete el teléfono en un soporte (lo que se llamará después “modem”) y, en vez de llamar a su tía Molly, la lía con el ejército y cabrea mucho a Maurice, que en este caso no está en Cicely, Alaska, sino que es un alto cargo de uniforme. Cómo dirían en la propia película: pero… ¿ qué demonios…?


Naturalmente, en este mundo nuestro siempre están ahí los TE. TE son siglas para Tranquilizadores/Enervadores. Estos personajes, tan majos, se dedican a difundir ideas tranquilizadoras que disuaden a “er populasho”, zafio e ignorante, de un determinado peligro que, en el fondo, es un rumor difundido por conspiranoicos (por ejemplo el cambio climático, hace algunos años, claro). También difunden cosas como que hay un grupo de desarrapados que nos van a quitar la casa, que los pobres nos invaden y violan a nuestras hijas, etc. Por ello lo de enervadores también. Entonces, ante la típica pregunta de un tembloroso y dubitativo espectador, con la voz quebrada: “¿pero eso puede pasar?”, el TE responde con su sonrisa de autosuficiencia el también consabido: “no, hombre no, aquí está todo bajo control. ¿Cómo supone usted que bla, bla…?”, etc. Insisto, al instante siguiente un pobre va a entrar en tu domicilio y te va matar. Todo ello se mezcla con los terraplanistas, los antivacunas, etc., y así se crea la ilusión de que en el criterio humano impera por igual la más absoluta arbitrariedad. Otro bulo profusamente difundido.


Pero vamos al tema que nos ocupa. Aquí tenemos que desde más o menos principios de los años 80 del pasado siglo, se “democratiza” la nueva tecnología que se basa en el desarrollo de un nuevo lenguaje, basado en las alternativas informacionales “0 o 1”, y la propiedad semiconductiva del silicio. Había surgido la “Revolución Digital”, y las posibilidades de comercialización, al incorporar algo que antes estaba muy restringido a la vida cotidiana de “er populasho”, eran como para no pensárselo dos veces: oportunidades de negocio infinitas, trillones de dinerillos de todo nombre llenando bolsillos… el desiderátum. Encima también le llega el turno a esa Internet, que ya se vende y todo el mundo tiene en su casica. Unos pocos años atrás, tener un ordenador personal en casa te colgaba el calificativo de onanista freack. Ahora si no tienes el último eres un looser. Un mundo de etiquetas. Lo mismo pasó poco después con la telefonía móvil. Aún recuerdo las críticas crueles en “El Jueves” a los imbéciles que iban por ahí con el móvil “queriendo demostrar algo” (y que conste que siempre fui muy fan de tal publicación, pero esto es cierto como el sol que nos alumbra, y si no, echad un ojo a la opinión del Profesor Cojonciano de la época al respecto).


Todo era, como digo un interminable filón para tanto emprendedor. Los “cuñaos” recién convertidos, que te llamaban pajillero por usar el IRC, ahora contaban al pureta ojiplático con dinerillo las posibilidades de negocio, siempre como si lo hubieran descubierto ellos. Sí, es ese otro espécimen, el mismo que, cuando tu oías a Deep Purple allá en los 70, te llamaba también maricón, y después te lo encontrabas y era el descubridor del Hard Rock, tratando de vender a Thin Lizzy (su grupo) esta vez al babeante productor de la discográfica.

Pero el control… Bueno, de eso ya se ocuparían luego.


El problema es que toda esta tecnología que te permite ahora hacer todo lo que antes hacías de otra forma y que era patrimonio exclusivo de la ciencia ficción está basada en principios que son difíciles de entender para un lego. Es decir, para la inmensa mayoría de los usuarios. Así, no puedes trabajar, comprar, vivir, sin dejar de usar un “parato” que parece más inteligente que tú, y que cuando no funciona, deja el famoso misterio de la junta de la trócola del mecánico de automóviles a la altura de una adivinanza infantil. Es un cuadro parecido al de un orangután manipulando un saxofón (con evidentes salvedades. ¡No se trata de insultar a nadie, por Dios!): Le puedes enseñar a soplar y a emitir divertidos soniditos, pero a ver cómo le enseñas armonía de jazz al póngido. Para colmo, si algo obstruye el tubo o se presenta cualquier otro problema, el pobre animal no entiende cómo solucionarlo. La mayoría de nosotros, reconozcámoslo, nos parecemos bastante: nos pasamos la vida corriendo en pánico a que el técnico nos devuelva el parato a su ser, porque ahora “me hace esto” o “me ha dejado de hacer esto” o “se ha quedado la pantalla azul, o verde, o blanco”…


Si preguntamos a cualquier usuario de esta nueva tecnología, incluso a uno avanzado, que explique en qué se basa, te llegará hasta un nivel. Este será muy superficial en la mayor parte de los casos. Como explicación dará que es un aparato eléctrico y poco más. Igual que si le preguntabas a alguien que cómo era posible que, haciendo pasar una aguja por el surco de un trozo de vinilo, se oyera a la Orquesta Sinfónica de Berlín interpretando “La Pastoral”. Pero claro, no entender cómo llegaba el sonido magistral a tus oídos a través de tan mágico parato, no ponía tu vida o tu intimidad, por ejemplo, en peligro. Y lo que es más importante: no ponía en jaque a los Estados Unidos de América por un Matthew Broderick cualquiera y desde su casita.


O por un Snowden.


La culminación de la caída en la conciencia de los puretas gerifaltes de que han dejado todo en manos de un grupo de jovenzuelos, que son los que en verdad entienden la tecnología que ahora domina todo, llega, creo, con el ya tópico caso Wikileaks de Julian Assange en 2006. Pero el premio gordo se lo lleva Edward Snowden en 2013. Empleado por la NSA (Agencia de seguridad de los Estados Unidos) Snowden repentinamente sufre una crisis ética y filtra a medios como Guardian o Washington Post programas ultrasecretos como PRISM o XKeyscore, que sirven para que los susodichos gerifaltes puedan ver hasta la marca de papel higiénico que estás usando en este mismo momento, mientras lees en el retrete este texto. Leyendo un poco sobre el tema, investigando y, sobre todo oyendo la opinión de hackers autores de blogs en Youtube, que tienen a Snowden en un pedestal, llegas a conclusiones muy interesantes.


La primera conclusión es que no toda inteligencia vale para esto. Mucha de la gente que se dedica a desarrollar sistemas, crear hardware, desarrollar y encriptar información en redes… todos han adquirido estos conocimientos a lo largo de muchos años de estudios y práctica. Muchos son técnicos con conocimientos superiores, físicos, matemáticos. Dominan los lenguajes de programación. Saben cómo funcionan y como se montan los soportes físicos que procesan toda esa información. Literalmente crean y hablan con estas máquinas en su idioma. Y, al igual que es difícil enseñar armonía al orangután, el pureta gerifalte tiene dinerillos, pero no capacidad intelectual para controlar todo eso en media hora, después de la “caída en cuenta” de su absoluta falta de control.


Oyendo hablar a un famoso Youtuber ex hacker del caso, sorprende la estrategia de Snowden. Si lo que dicen es cierto, la inteligencia que es capaz de hackear un ordenador o un teléfono móvil, es también capaz de hackear una mente humana simple. Porque este tipo es inteligente. No lo finge para ganarse a nadie. Lo es. Así que cuando se conciencia de lo que pasa y decide hacernos saber cómo violan nuestros derechos, nuestra intimidad, la de nuestros hijos… planea cómo sacar la información de allí. Claro, trabaja en la NSA, no en Mercadona, y tiene todo un sistema de seguridad diseñado precisamente para que no pueda hacer lo que, de hecho, hizo. Había un guardia de seguridad, en un puesto de vigilancia, el primer gran obstáculo. No puede sacar ninguna unidad donde transportar la información y aunque tiene un gran cerebro, su memoria no da para tanto. Así que hackea al guardia. Imaginemos como podría ser. Aventurémonos en este proceso, con lo que sabemos sobre el caso… Esto es una especulación en parte, parece, sugerida por el propio Snowden y que recrea Oliver Stone en su película. Si no fueron los detalles exactamente así, la verdad es que aquí carece de importancia. Pero yo apostaría a que con o sin cubo, la cosa debió de ser como sigue.


Así pues, Ed sabe que el guardia tiene una idea muy concreta sobre él. Sabe que el guardia lo percibe como un “listillo”. Y sabe que, como buen mozalbete inteligente de veras, considera que él mismo es más listo que el “Nerd” que han contratado sus jefes, el onanista, el inadaptado, etc. Es mejor porque con una pequeñísima fracción del tiempo de formación que ha llevado a Ed a su puesto, él ha conseguido el suyo que, para colmo, sirve para controlar al tontín sabelotodo. Además, en el transcurso, el winner, ha logrado mucho más reconocimiento social y ha practicado el sexo facilón mucho más con jugosas cheerleaders que el looser de las gafas, que seguro gana más dinero que él, a pesar de todo. Ed, aventuramos aquí, sabe todo esto, porque es INTELIGENTE. Así que idea una forma de camuflar una tarjeta SD en un cubo de Rubik. Después juega con el guardia. Entra y sale con el juguete, aparentando concentración en la resolución del maldito cubo. El guardia lo percibe como algo natural en un cerebrito sabelotodo, pero no sabe del plan del cerebrito, que conoce su mentalidad simple. Al principio, el cubo pasa por el detector: “lo siento, pero son las normas”. “No pasa nada es tu trabajo Elmer…” Pero poco a poco va ganándose la confianza del vigilante. A veces hasta le pregunta si ya ha conseguido resolver el misterio del cubito de gilipollas: Ed, finge. Es muy difícil. Pronto llegan las bromas: un día lo voy a intentar, a ver… Y, efectivamente, Ed sabe cuándo es el día en que el pobre diablo no tendrá inconveniente en llevar la broma más allá. Ese día camufla la tarjeta con toda la información en el cubo. Y ese día, cuando sale, le arroja el cubo al vigilante, “A ver, inténtalo tú, so listo…” El cubo no pasa por el scanner. El cubo es devuelto a Ed, cuando ha pasado el control con cualquier chascarrillo como acompañamiento a tan estúpido gesto, entre la camaradería y el desprecio. Y poco después, el desastre.


Esta recreación, parcialmente inventada, supuesta en sus detalles, aunque pudiera parecer increíble, es básicamente lo que pasó, o como dije, seguramente algo muy parecido1 . Revela de forma contundente que, en una sociedad como la nuestra, en la que el negacionista al final tiene que ir al médico si se siente enfermo, los idiotas no pueden ganar. Si evitamos la pistola en la sien, única arma real de que disponen, están perdidos. Edward Snowden fue detectado mucho antes de que filtrara la información que pasó literalmente por la cara del vigilante de seguridad, en el puesto en el que trabajaba, en el edificio de la NSA, donde saben hasta la marca de dentífrico que usaba su abuela antes de pasar a la prótesis dental. Sencillamente el sistema de control pudo inferir la anomalía cuando Ed no se presentó en su puesto a la hora exacta en la que debería estar: recordemos, era la NSA, no Pollos el Tío Cosme. Preguntar al vigilante, mencionar algún detalle y atar cabos fue todo uno. Los de NSA tampoco son tan tontos, ni mucho menos. Snowden ya estaba en busca y captura esa misma tarde, bajo firme sospecha de haber robado información secreta. Años de búsqueda. Peticiones de asilo político. Una película en 2016, como no, de Oliver Stone (y que en este momento, sorprendentemente, no he visto, y a lo mejor Oliver ya había caído en todo y yo estoy haciendo el ridículo), biografías… le hace a uno pensar ¿de verdad se puede uno creer que hay gente que hace públicos maquiavélicos planes y son ignorados por los conspiradores como sucede? Porque, cuando el caso es real, al hombre del plan lo persiguen a muerte, es declarado enemigo público, traidor y tiene que irse a vivir de incognito a algún sitio ignoto. ¿Cómo puede ser que al descubridor de la “conspiración del chis” lo dejen tan tranquilo?


Pero la cuestión, sigue siendo ¿cómo recuperar el control perdido? Porque el control ahora, y viendo el nerviosismo que se apodera día a día de la clase política y en general de las “clases dirigentes”, está en manos de los “cerebritos” como el tío Ed. El pureta gerifalte sigue pidiendo ayuda para arreglar el maldito IPhone, sigue incluso sin entender por qué la pantalla brilla, por qué reacciona al toque de su dedo y la del televisor no. La reacción es: “si no entendemos la mentalidad de los científicos que controlan todo este caos de ordenadores, códigos y redes, destruyámoslo todo y volvamos a los orígenes. Así recuperaremos el control.” Así se da voz a los negacionistas, a los terraplanistas, a la Inquisición, se duda de la opinión de los expertos en una situación de pandemia… En la inmensa estupidez de los estúpidos, se relacionan los virus informáticos con los biológicos, se mezcla el coronavirus con las redes 5G, al igual que se supone una causalidad si, desde la tierra, un planeta al verse en una región determinada del firmamento, determina la felicidad o la falta de esta en un individuo nacido en marzo. Es que ya estábamos habituados a este sinsentido, ya se había normalizado el discurso de los insensatos. Ahora ladran y chillan más, porque ven cómo escapa el control de sus manos codiciosas. Pero saben que, de nuevo, si caen enfermos es el médico el que los diagnosticará con acierto, mientras confían en nuevos héroes tecnológicos, al estilo del mítico Zefram Cochrane de First Contact, para sacarlos del planeta que se han cepillado vilmente y trasladarlos a otro, supuestamente para hacer lo mismo. Y, mientras tanto, los hackers, al igual que los infames Borg, serán los malos de esta Película.

[1]  He oído a un conocido hacker que se considera un especialista en este caso afirmar que lo del cubo tiene más que visos de ser cierto. Aunque ¿quién sabe? En un magazine matinal de la televisión yo no lo he visto, así que habría que dudar de ello.